Jay Chung & Q Takeki MaedaMayMay 30th - JulyJul 5th, 2014Gaga Mexico City

When Franzi died, my sisters and I had to figure out what to do with her things. Somehow, my sisters managed to weasel their way out of it, saying that they had no time, and that I, having moved into the new house, would have enough space to store it all. It’s not like I live in a castle, I said, I have Anni and Marta. It’s not like my cellar is any bigger than theirs in Munich. Why don’t we just throw it all away? There are even companies that specialize in that sort of thing. Yes, but first we should sort through it, and take out the things we want to keep, they said. I said I didn’t want to keep anything. My sister rolled her eyes. In the end, it all got put into my cellar, where I left it for a long time––several years––during which time neither of my sisters came once to sort through it. Eventually Anni was getting on my case because there was no place to lock the bikes in winter, and the stuff was just gathering dust, and why didn’t I call the entruempelung and be done with it? Which I thought was more than reasonable, except that they wanted 500 Euros to take it all away. I told the man on the phone that Franzi’s things were already in the cellar, all in one place. At which point he said that the job would still need two men, and of course a van, and if necessary a small trailer. That’s insane, I said. Then the man said, why didn’t I just find a few valuables among the belongings and put them on Ebay. Not only could I offset the cost with whatever money they sold for, but also there would be less stuff to take, and that would reduce the cost even more. Not a bad idea. So I hung up and went down to the cellar where Franzi’s things lay all covered in dust. She had everything our mother had given her, and besides that a bunch of stuff that was half broken and obviously not going to sell. The kitchen utensils were worthless. She ordered her clothes from a catalog. After some thought, I decided that the furniture would be the best bet. I could take pictures of it without dragging it upstairs, and I wouldn’t have to rummage through her things. Her bad taste brought back memories. I photographed a table that I thought would be good worktable, and some wooden chairs that were not too badly beat up. Then I found some jewelry, and I photographed that as well. The table sold for about 70, the chairs didn’t sell––not even for one euro––and the jewelry sold for a miserable ten Euros. I would have to go downstairs again for a second round. I found some smaller things this time, and finally there was the corner cupboard. This time, I got a friend to bid from his Ebay account, because if the thing was going to sell for ten Euros, it wasn’t worth the time to meet the buyer and conduct the whole transaction. It was pick up in person, so I wouldn’t have to pack it up, or go to the post office, but still. So with my friend’s and my other account, we managed to bid the cupboard up to 68 Euros. We didn’t go further, in case we won it ourselves. I think it was only fair to the buyer to stop there. He paid online, so all that there was left to do was meet him at my house. I let him know that it was big, and that he should bring another person to help him move it (I didn’t really need to say this, as it was actually light, and once you took the glass door off it would be bulky, but manageable enough for one person to move). Then a couple of days later, he came in a rented van covered in green stickers advertising the car. It wouldn’t have been difficult to guess it was him. Out here, you know the handful of cars that turn up the street––it’s still barely a street yet––but somehow I knew it was him anyway. I watched him park from the kitchen window. He was a young guy, Chinese, or actually, Vietnamese. Or maybe Thai. He was very skinny, and I guessed I would have to help him load the truck. When I opened the door, he explained who he was in terrible German. I led him down to the cellar, and showed him Franzi’s cupboard. So there it is, I said. He opened the door to the cupboard and looked it over. I was afraid he might not take it after all, and I pointed out that the scratches would cover up with a little furniture wax. He said that it didn’t matter. Then he said something else, but his German really was incomprehensible.

Cuando se murió Franzi mis hermanas y yo teníamos que ver qué íbamos hacer con sus cosas. No se como pero mis hermanas se desaparecieron y pusieron de pretexto que no tenían tiempo y que como yo me había mudado a la casa entonces yo tendría suficiente espacio para guardarlo todo. Yo les dije que no era como si yo viviera en un castillo. Tengo a Anni y a Marta. No es como que mi sótano fuera mas grande que el que ellas tenían en Munich. Por qué no lo tiramos todo? De hecho hay hasta compañías que se encargan de hacer ese tipo de cosas. Si, me dijeron, pero primero había que ver que rescatábamos. Yo les dije que no quería quedarme con cosas. Mi hermana nada más levantó los ojos. Al final todo acabó en mi bodega y estuvo ahí guardado un buen rato -años- tiempo durante el cual ni una de mis hermanas se paró a escoger lo que quería. Eventualmente Anni me empezó a hartar diciéndome que no había ningún lugar para guardar las bicis durante el invierno, que todo nada más estaba cubriéndose de polvo y que por qué no les marcaba a los de la basura ya para acabar con esto de una vez por todas. Esto me sonó muy razonable sólo que querían 500 euros para llevarse todo. Le dije al señor por teléfono que todo estaba en un mismo lugar. Entonces me dijo que para la chamba necesitaría dos hombres y la van, y en una de esas hasta un camión. Le dije que estaba loco. El me contestó que por qué no escogía lo mas valioso de entre las cosas y lo vendía por Ebay. Y con eso no solamente sacaría dinero para pagar la mudanza sino que también habrían menos cosas que llevar y eso reduciría todavía más el costo. No era mala idea. Colgué y bajé al sótano a revisar las cosas de Franzi, todo tendido bajo una capa de polvo. Ella había guardado todo lo que le había regalado mi mamá y además un buen de cosas medio rotas que jamás se iban a vender. Todos los utensilios de cocina no valían nada. Toda la ropa era de catálogo. Después de un rato decidí que a lo que había que apostarle era a los muebles. Podía sacarles fotos ahí mero sin tener que arrastrarlos hacia arriba y así tampoco tendría que meterme a usmear a ver que más encontraba. Su mal gusto me trajo muchos recuerdos. Le saqué foto a una mesa que podría usarse como escritorio y a unas sillas de madera que no estaban en tan mal estado. Luego encontré algunas joyas que también fotografié. La mesa la vendí como por 70, las sillas ni por un euro salieron, y la joyería se fue por unos míseros 10 euros. Tenía que bajar de nuevo a echarme un segundo round. Esta vez encontré cosas más pequeñas y finalmente el esquinero. Esta vez le pedí a un amigo que apostara con su cuenta de Ebay porque si se iba a vender por 10 euros entonces no valdría la pena encontrarme con el comprador y hacer toda la transacción. Esto era de recogerlo en persona para que así no lo tuviera yo que empacar ni llevarlo a la oficina de correos, pero pues de todas maneras. Entonces con mi cuenta y con la de mi amigo alcanzamos a que la cifra subiera hasta 68 euros. No le seguimos subiendo porque tampoco queríamos quedárnoslo. Siento que era más que justo dejarlo ahí. Pagó en línea y lo único que quedaba era que fuera a mi casa y conocerlo. Le hice saber que era medio grande y que debería traer a alguien para que le ayudara a cargarlo (no le tenía que decir esto porque tampoco pesaba tanto y se le podía quitar la puerta de cristal y así se podía cargar más fácil aunque fuera un poco más estorboso). Unos días más tarde llegó en una camioneta rentada cubierta de publicidad color verde. No estaba muy difícil adivinar que era él. Acá en las afueras sabes qué tipos de autos andan por la calle, y ésta pues ni siquiera llegaba a eso. Pero de todas formas sabía que era él. A través de la ventana de la cocina vi como se estacionaba. Era joven, chino, o más bien vietnamita. O quizás tailandés. Estaba bien flaco entonces supuse que le iba a tener que ayudar a subir el mueble a la camioneta. Cuando abrí la puerta me explicó quien era el en un alemán terrible. Lo guié hasta el sótano y le enseñe el esquinero de Franzi. Aquí está, le dije. El abrió la puerta del mueble y lo revisó. Me daba miedo que no se lo fuera a llevar y le expliqué que los rayones se podían cubrir con un poco de cera. Me dijo que no le importaba. Y luego dijo otra cosa en alemán pero ahí si no le entendí nada.