Elizabeth EnglanderNovemberNov 1st, 2023 - JanuaryJan 20th, 2024Gaga Guadalajara

Estudiar la vía de Buda es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de uno mismo. Olvidarse de uno mismo es ser aclarado por todas las cosas. Ser aclarado por todas las cosas es dejar caer el cuerpo y mente de uno mismo así como dejar caer el cuerpo y mente de todo lo demás.

-Dōgen, “Genjōkōan”

Empiezo mis Yoguinis recogiendo pedacería y apilándola en pequeños taburetes. Con el tiempo, la extiendo por el suelo, designando los nodos corporales clave. Como células madre embrionarias, los elementos se diferencian en los miembros, articulaciones y órganos de la figura en crecimiento.

Los restos son piezas de juguetes de madera, muebles y cascanueces figurativos de estilo alemán fabricados en China. A la vez tótems ancestrales pintados a mano y símbolos del consumo excesivo, muñecas y viejos espeluznantes, cascanueces como éstos son omnipresentes en EE.UU. He desmembrado la colección de mi familia y otros tantos procedentes de craigslist.

Utilizando espigas de madera para conectar los fragmentos, construyo figuras sentadas basadas en posturas del arte sagrado asiático. Los Yoguinis de mi exposición de 2022 Eminem Buddhism se basan en imágenes de feroces diosas hindúes: iconos de Chamunda, las yoguinis y la santa shaivita Karaikkal Ammaiyar. En los templos yoguinis de la India medieval, decenas de iconos con cuerpos envejecidos y jóvenes representan la naturaleza polifacética de Shakti, la gran diosa que personifica la energía en todas sus formas. Inspirada por el efecto acumulativo de esta proliferación, seguí produciendo Yoginis.

Alrededor del no. 20, empecé a meditar en un centro zen, impulsada por una mezcla de curiosidad y necesidad. Esta nueva experiencia se refleja en las posturas de meditación ortopraxis de varias de las nuevas figuras. Yoguini no. 26 se sienta en loto con la falda escocesa de un cascanueces gigante como zafu o cojín de meditación. Sus manos forman el mudra cósmico. Las cabezas de Pinocho marcan la columna vertebral como chakras. El Yoguini no. 25 se sienta en posición birmana, y su zafu es un gorro de piel de oso con joyas y plumas de cascanueces. Estos sombreros ceremoniales fueron ampliamente adoptados por los ejércitos europeos en el siglo XVIII, al parecer porque hacían que los soldados parecieran más grandes. Las piernas y la pelvis de color rojo brillante confieren solidez a la parte inferior del cuerpo: una base fuerte para la meditación. La parte superior del cuerpo está desmaterializada: sólo los pechos flotan como sobre zancos. El Yoguini no. 27 está sentado en medio loto sobre otro zafu de piel de oso. Una cabeza de Frankenstein con gorro de soldado remata la columna vertebral.

Los elementos militares contradicen la pureza ortopraxista de estas poses. Como yo, estas figuras son devotos del demonio: conversos monstruosos empapados de sangre. Incluso el no. 26, encaramado primorosamente sobre su zafu de tartán, está delicadamente construido hasta el punto de la fragilidad exagerada, el rostro impasible socavado por un embustero núcleo de cabezas de Pinocho sonrientes y de nariz larga.

Varios nuevos Yoguinis se sientan en la postura real, asociada al bodhisattva Avalokiteshvara en su manifestación china como Guanyin. En el Yogini no. 30, una pierna cuelga libremente, mientras que la otra está doblada, con un codo apoyado en la rodilla. El otro brazo está apoyado en el asiento, sosteniendo un torso relajado. Los pechos son racimos de uvas de madera; un sombrero de copa del Tío Sam sitúa la cabeza. Originalmente masculino, Guanyin puede adoptar cualquier forma para guiar a un determinado individuo hacia la iluminación; en algunas manifestaciones aparece como mujer o incluso como prostituta. Aunque las representaciones feminizadas de Guanyin suelen carecer de pechos, las uvas del no. 30 resuenan visceralmente con las estructuras anatómicas del pecho femenino: los lobulillos productores de leche familiares para cualquiera que se haya realizado un autoexamen.

El taburete del no. 30 es una versión más alta de un taburete de vaca -completo con ubres- que utilicé para el Yoguini no. 12. Por un lado es un guiño a los vehículos, a menudo animales, habituales en los iconos indios, pero cuando se combina con el sombrero del Tío Sam produce una serie de asociaciones discordantes: americano (¿tejano?), blanco, belicoso, patriarcal. La soltura real se registra como una dominación relajada.

Yogini no. 23 descansa a sus anchas en un alto taburete naranja. Su cuerpo está formado por trozos de una cabecera pintada de latón. Los pechos se elevan directamente desde la pelvis hasta ocupar un espacio en blanco bajo la curva de los hombros. Las mujeres budistas de la China imperial tardía utilizaban formas artísticas como la danza, los adornos y el bordado del pelo para conectar con el bodhisattva feminizado de la compasión. Dibujar a la deidad era una forma de devoción en sí misma y de hacer méritos. Hablando de un dibujo de Fang Weiyi, artista de la dinastía Qing y viuda devota, Yuhang Li explica que mientras que el “delineado de la figura representa el cuerpo meditativo de Guanyin… el vacío interior de la figura significa el estado de ánimo”.

A su manera torpe-elegante, el no. 23 también intenta delinear el vacío de la mente del meditador utilizando la forma vaciada de Guanyin. Supongo que yo también intento hacer méritos, ya que ciertamente no puedo vaciar mi propia mente. Hay un monje japonés del siglo XVII llamado Enku que es famoso por haber hecho 120,000 Budas. Se dice que para lograr esta hazaña hizo diez Budas al día. También caminó por todo Japón. Durante un tiempo me convencí a mí misma de que, por lo tanto, no habría tenido tiempo para meditar, y utilicé esta presunción para excusar mi falta de determinación. Al cabo de unos meses descubrí que realmente necesitaba sentarme. Humilde, he vuelto a la práctica.

Si observamos a los Yoguinis como grupo, se aprecia una continuidad entre lo fragmentario o simplificado y lo completo o elaborado. En ninguna parte es esto más evidente que en los Yoginis no. 17 y no. 18. Primero hice el no. 17, el más completo. Como tenía una silla idéntica, en el no. 18 recreé una etapa anterior, más sencilla. Algunos de los budas de Enku, los koppa-butsu o “budas chip” son “prácticamente palos con una sonrisa”. Por otro lado, el buda Seiryōji del siglo X, traído de China a Japón, tiene una cavidad que contiene un conjunto completo de órganos internos hechos de seda. Para mí, ambos enfoques son convincentes: el minimalista, en el que “el cuerpo y la mente desaparecen”, y el completista, que honra la complejidad de la experiencia corporal.

Compuestas de elementos reconociblemente dispares, estas figuras están en un sentido literal “realizadas por una infinito de cosas”. Piezas como las uvas de madera se leen simultáneamente como partes del cuerpo y mantienen sus identidades como fragmentos, encarnando la no dualidad de lo mundano y lo transmundano. Si los cascanueces que utilizo son kitsch devaluado, también son lugares de múltiples relaciones entre seres: hechos de partes del cuerpo de árboles, están pintados a mano por trabajadores de fábricas. Destinados a la vida festiva del capitalismo tardío, se convierten rápidamente en cargadas reliquias ancestrales. Me gusta imaginar que, al desmembrarlos, los libero de parte de este karma. Convertidos en cuerpos espaciosos y divinos, los iconos personales resultantes son índices de mi diálogo con el dharma.